Por @peraltakuki
Con el arribo de las diferentes corrientes inmigratorias a partir del siglo XIX, llegaron a la ciudad de Córdoba nuevas propuestas artísticas de óperas y zarzuelas, quedando al descubierto la carencia de infraestructura adecuada para dichas presentaciones que, hasta entonces tenían lugar en modestos espacios.
El sueño de dotar a la ciudad de un coliseo a la altura de los mejores del mundo se fue haciendo realidad de a poco. La elección del terreno sobre la calle Ancha, al lado del cuartel de policía (hoy Patio Olmos) y muy cerca de la zona marginal generó, al comienzo, acaloradas críticas en la aristocracia cordobesa hasta que, al contemplar la espectacularidad de la obra, quedaron sin efecto cuando el Teatro Nuevo subió por primera vez su telón el 26 de abril de 1891.
El soberbio diseño del Arq. Francisco Tamburini muestra una italianizante fachada de dos plantas, mientras el interior se resuelve con un subsuelo y cinco niveles: platea, palcos altos y bajos, cazuelas, tertulias y paraíso, estructura utilizada por la arquitectura para reflejar las diferencias sociales de aquellas centurias, mientras los primeros niveles ostentaban la jerarquía de la clase alta, a partir de la cazuela la ornamentación y la calidad se diluían; más allá de tal discriminación, la presentación artística eran la misma para las 1077 almas que el recinto cobijaba.
Un inmenso cúmulo de recuerdos, emociones y anécdotas quedaron atesorados en la memoria afectiva de los cordobeses y en el mismo teatro: casamientos de ilustres personajes, fastuosos agasajos, bailes de gala, velatorios y hoy, luego de 130 años aún se escuchan los acordes de la Danza del Fuego ejecutada por la Banda Sinfónica de la Provincia de Córdoba desde las escalinatas, cuando por la actual Av. Vélez Sarsfield transitaba el cortejo fúnebre despidiendo al célebre maestro Manuel de Falla.
