“Es difícil explicar lo que significa la vocación por los libros antiguos. Es una especie de amor del sujeto al objeto. En varios casos y frente a ciertos ejemplares, se puede sentir una verdadera emoción al tenerlos y pasar las manos suavemente por esos pergaminos que lo han venido preservando desde hace años”.
De esta manera, Enrique Ferrer Vieyra se refería a aquellos libros que reunió desde su juventud y en 2001 donó a la Universidad Nacional de Córdoba.
El término incunable proviene del latín incunabula (en la cuna) y designa los libros impresos entre 1450 y 1500.
Los primeros incunables imitaban los manuscritos: no tenían portada, en ellos el texto comenzaba inmediatamente después del título. Los detalles de impresión del libro, como el nombre del impresor, lugar y fecha de impresión, se encontraban en el colofón, una sección al final del libro, pero no siempre estaban presentes. Alrededor de 1480 se incorporaron grabados en madera representando escudos nobiliarios, ilustraciones y letras capitales, para reemplazar las decoraciones y títulos dibujados a mano. La mayoría estaban escritos en latín.
Una curiosidad de la colección es la Biblia de Froben, impresa en Basilea en 1491. Llamada la Biblia de los pobres por su pequeño formato, esta edición era más accesible y fácil de trasladar. Pero la reducción de su tamaño no fue en detrimento de la riqueza de sus adornos, ya que cuenta con hermosas ilustraciones a mano de las letras capitales.
En el Museo Histórico UNC – Manzana Jesuítica se puede conocer este fondo bibliográfico que constituye una de las colecciones de libros antiguos más importantes del país. La colección está formada por 22 incunables (1450-1500), 27 incunables de segunda época (1501-1550), cerca de 50 Elzevirianos (1580-1712), 7 ediciones plantinianas (1555-1876), rollos y códices de origen etíope y libros encadenados, entre otros documentos valiosos.
Por Guadalupe Biscayart Melo